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Visita en la jaula

  • Ingrid Vela
  • 30 may 2017
  • 7 Min. de lectura

El INPEC, un espacio creado en 1992 donde más allá de estar privado de la libertad, se valoran esas pequeñas cosas a las que no damos importancia.


Sábado 24 de diciembre del 2016, despierto con la ilusión de no olvidar ningún detalle que ya días antes me habían especificado, recuerdo que tengo que ponerle cinta a las cremalleras, salgo corriendo a una droguería, compro una cinta micropore y unas plantillas para un par de baletas viejas que con suerte no había botado, llego a la casa y mi genio no da para ponerle cinta al pantalón y a la camisa, entonces decido cambiarme y ponerme un leggins y un saco. Parece que todo está bien, salgo de mi casa, camino con prisa a la estación de Transmilenio, pero he olvidado ponerme perfume para que los perros no se queden olfateándome, decido que ya no importa, debo llegar pronto.


Entro a la estación, cojo un H que me dejará en Molinos la estación más cercana a mi lugar de destino, en el trayecto observo a cada una de las mujeres que están ahí con la ilusión de identificar por su vestuario, por sus zapatos o por lo que llevan en las manos a donde van, no tiene caso, me he bajado una y otra vez de la estación y nunca me he dado cuenta. A unas dos cuadras de la estación hay unas casetas armadas con bolsas y palos donde venden comida, guardan pertenecías, venden bolsas trasparentes para poner la comida, alquilan y venden chanclas y tienen un pedazo de tela color azul mal puesto para tomar fotografías. Camino, y dos jóvenes impulsadores me preguntan ¿lleva la foto de ingreso? Entonces debo tomarme la foto, no en una habitación y menos en un estudio, en la calle parada en un andén desequilibrado que no me ayuda a quedarme quieta.


Siempre he tenido algo que dejar en ese lugar, aunque no lleve plata, ni celular, tengo que guardar así sea la tarjeta de Transmilenio y por ello cobran 1.500 pesos. Otros días no he encontrado las baletas, entonces me pongo tenis y los dueños de la caseta insisten en que me cambie, porque con esos zapatos me es imposible ingresar, pero no me gusta ponerme las chanclas, el muchacho que trabaja con la señora ya casi vieja nota mi cara de inconformismo y saca una bolsa con replicas baratas de crocs, me dice:-tienes para comprar o alquilar- me explica que nuevas valen 12.000 y prestadas 2.000, recuerdo que no cuento con tanto dinero, entonces le digo:- alquiladas está bien-, él saca unas grises que debieron haber sido blancas y me dice -yo creo que estas te quedan-, lo miro con un gesto de gratitud, me cambio y camino hacia la entrada.


Antes de llegar debo recordar el número de visita que me asignaron, si lo olvido me tomara más tiempo entrar, llego a mi destino, todo comienza con unas rejas blancas que no tienen mayor psicología, parecen rejas de un colegio distrital ubicadas en un espacio específico como síntoma de autoridad por parte de la mayor entidad que nos representa, El Estado. La Cárcel La Picota cuenta con tres entradas, a los lados dos pequeñas puertas a la derecha entran las mujeres que van a Eres, así he oído que les dicen, en la puerta ubicada a mano izquierda siempre hay uno o dos hombres del IMPEC que preguntan: - ¿a dónde va? - La respuesta correcta debe ser Eron y es por esa puerta que entro. Esta cárcel está dividida en tres secciones, Media, Penal en donde las visitas pueden ingresar alimentos, y Eron un espacio de máxima seguridad, donde ni agua es permitido ingresar.


Entro al lugar, me encuentro con tres hombres que manejan el primer sello y las listas, donde aparecen los nombres de cada una de las mujeres que en el trascurso de la semana pidieron la cita. Hace apenas un año que tengo la cedula y nunca antes había entendido lo importante que es, ya no se trata de tenerla para que en la noche me dejen ingresar a un bar, la necesito para que registren mi entrada a privarme de la libertad y en cuestión de horas me dejen volver a ver la luz del día. Es así como camino hacia cuatro cubículos donde me piden la cedula para darme una mini factura que indica a quién voy a visitar, en qué patio y celda se encuentra ubicado y la relación que tengo con esta persona.


He hablado con una u otra mujer en la fila, pero todas mayores, ellas me cuentan sus historias de vida, de donde vienen, a quien visitan y hace cuanto la vida se les convirtió en visitas a establecimientos penitenciaros. Pienso que no debo hacer amigas porque esto será comenzar a naturalizar el ambiente y eso definitivamente nunca lo haré. Recuerdo a una anciana ya casi calva, su piel pegada a sus huesos y su sonrisa con ausencia de dientes; contó que sus dos hijos están en la cárcel, uno en La Picota y el otro en La Modelo y que sus nueras también están en la cárcel, ella se hace cargo de sus nietos y dijo: -yo también estuve 8 meses en la cárcel, ¿no entiendo por qué se dejaron pillar?, las cosas se deben hacer bien o sencillamente no se hacen- me queda una sola pregunta ¿qué será del futuro de sus nietos?


Lo siguiente son dos hileras de sillas blancas donde me debo sentar para que un perro de raza Golden Retriver me olfatee, de esta manera los guardias están seguros de que no llevo alguna sustancia psicoactiva, de ahí paso a sentarme a una silla que detecta que no me haya introducido nada, ¿recuerdan el detector de metales por el que se debe pasar en el aeropuerto? Hay uno igual en la cárcel, pero antes hay unas canastas, donde se deben poner los zapatos, aretes, cadenas, sacos, chaquetas y el brasier, este último hace pasar las peores vergüenzas, quitarse la ropa interior en un espacio lleno de hombres que disimulan pero que están a la expectativa es de las peores sensaciones que he tenido.


Cuando siento que ya todo a terminado faltan dos sellos más, el más importante, ya que, no se borra y solo se hace visible con una luz ultravioleta, otro que define el patio al que me dirijo, dejo este salón para entrar a los vestidores, donde hay tres guardias mujeres. Cuando entro, el piso me llama la atención porque está lleno de briquets, pastas, cigarrillos, expansiones, chiclets, labiales, chapstics, cosas insignificantes que adentro cobran un valor importante. Estas tres mujeres no se aguantan el mal comportamiento, ellas devuelven a las mujeres por zapatos, por groseras, por mal miradas y claramente si les encuentran algo particular. Yo entro y las saludo con un “buenos días”, las miro con agrado y hago todo lo que me dicen, la verdad no me interesa que me devuelvan. Y finalmente me dirijo a otro salón donde hay dos opciones para dejar la cédula, la mini factura y la foto, tres cosas a cambio de una ficha que tiene el número 24 (número de la celda), en la mini factura se debe poner la huella al entrar y al salir, después de esto ya estoy adentro.


Los guardias pegan en las paredes hojas que señalan hacia qué lado esta cada uno de los patios, cada mes los turnan de lugar, a veces solo se debe caminar por un pasillo largo, allí hay cubículos en donde se encuentran los presos con los abogados y hablan por medio de un teléfono o bueno, así recuerdo haberlo visto en las películas. Otras veces hay que caminar bastante para llegar al salón donde bajan a hacer la rebaja de condenas; entro y me doy cuenta que la luz del día ya no está conmigo, lo único que veo son muros grises, siento frío, el piso esta mojado y parece que los zapatos que me prestaron no son resistentes, pues se me entra el agua y me hacen resbalar, veo hombres pegados a una reja que esperan la visita, otros gritan, de hecho, gritan bastante, debo reconocer que en este momento sí siento miedo, mucho miedo, de repente llega el guardia, habré la puerta para que entre, me lleno de temor, entonces me pego a una señora que iba a visitar a su hermano y le digo por favor no me deje sola, ella me hace sentir mejor, entro con ella y al instante se va y me quedo de nuevo sola, miro hacia los lados y veo gente que en la calle normalmente me intimida pero esta vez no llevo mi celular para que me lo roben, todo paso muy rápido y afortunadamente la persona a la que iba a visitar estaba pendiente, lo veo, y me dice tranquila, no te va a pasar nada, hay más posibilidades que te pase algo en la calle que aquí, entonces me calmo y con el tiempo me doy cuenta que sus palabras fueron ciertas.


En los patios también se mueve una especie de jerarquía, es decir, hay líderes que controlan el patio ¿y por qué o cómo llegan a estos puestos? Pues estas personas son las que se encargan de entrar y mover la droga entre semana. Sin embargo, sus actitudes no son del todo malas, tienen gestos bonitos, de vez en cuando decoran el salón para los niños, les hacen piñata y les compran torta, una manera de que no sientan el ambiente pesado que rodea este lugar. Las visitas de niños son las más bellas, en las filas ellos se desesperan, sus madres dicen que ellos entre semana cuentan los días para ir a ver a sus padres, cuando los ven corren, juegan balón, se ríen a carcajadas, es como si se olvidaran del lugar en el que están. He visto como prueban las comidas sin ponerle algún pero, teniendo en cuenta que la comida que le dan a los presos es muy miserable, una vez un recluso me dijo:-estoy seguro de que tu perro come mejor que nosotros- y es cierto, les llevan la comida desabrida,ya casi con moho, ya apunto de descomponerse; pero es elegir entre comer o morir de hambre.


El tiempo se pasa rápido si uno esta entretenido, los guardias se paran en la puerta para anunciar la primera salida que es a las 2pm, la próxima es a las 3 casi 4, yo siempre me quedo hasta el final, y este momento me rompe el corazón, madres lloran con sus hijos, los niños abrazan a sus padres con la frase “feliz navidad”, entendiendo que no habrá nada de felicidad porque no podrán compartir una cena, un obsequio, un buñuelo o un vino, incluso un villancico, cosas tan simples, pero esenciales como los abrazos dados a toda la familia cuando el reloj marca las doce. Sé que toda acción trae una consecuencia, pero debo admitir que salí odiando este lugar, entendí que hay mucha gente inocente que no tiene dinero para poder demostrarlo, me dolió ver la injusticia que acobija a Colombia, le he preguntado a Dios - ¿por qué? - Una y otra vez, y aun no encuentro respuesta, él solo permite que llueva cada vez que salgo, para sentir el valor de la libertad.



 
 
 

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